El otro día, en la puerta del Aldi me abordó un transeúnte y me dijo que estaba tieso, que le diese algo. Echando mano a mi escuálida cartera en cuyo interior habitaban tres escasos y angustiados euros, se los ofrecí. Inmediatamente me dio tres veces la gracias. Su gesto triple de gratitud me puso en alerta. Resultaba algo inadmisible y reprobable. Comprendí que aquel hombre era aún más hipócrita que yo, y estoy seguro, de que si le hubiese dado cuatro euros, él me hubiese dado cuatro veces las gracias. Ni él creía en mí, ni yo en él. Ni él era bueno, ni yo tampoco. O lo que es lo mismo: el triunfo absoluto de la doblez y la maldad; el imperio absoluto de la hipocresía más draconiana, insoportable y cínica. Señores, comprendan que así es imposible que una sociedad progrese. Y en el supuesto de que nos interese que este mundo, y en particular, nuestra sociedad local, retome su rumbo y siga derecha, y no del revés como hace tiempo que está, debemos de tener muy claro que una buena acción no puede derivar de la hipocresía, sino de la solidaridad y del bien. Ya decía Maugham que en tiempos de hipocresía, cualquier sinceridad parece cinismo.
Pero ser bueno no es nada fácil, por ello, la mayoría de las personas lo son sólo en ocasiones. Intentar serlo todos los días resulta un ejercicio francamente agotador. La bondad es como un saco de cincuenta kilos: de vez en cuando uno se lo carga sobre la espalda y en el corto espacio de ese momento nos recubre la bondad. Ser bueno durante toda la vida supondría el despliegue de un esfuerzo extenuante que aguantase tamaño peso. La maldad pesa muchísimo menos, es ligerísima y etérea. Y esta es la causa de que seamos hipócritamente malvados. Resumiendo: la maldad representa el camino fácil, el atajo más corto hacia las cosas de este mundo; por el contrario, cualquier atisbo de bondad requiere de un esfuerzo que no siempre estamos dispuestos a realizar.
La bondad constante y vitalicia es una virtud compleja y difícil de alcanzar, y debe estar ineludiblemente basamentada sobre el respeto, la solidaridad, la comprensión, el compromiso, la igualdad, la justicia, el desprendimiento, la conmiseración, y la reducción de parte del egoísmo personal. En la sociedad actual caracterizada por el reinado del hedonismo, el individualismo, la incomunicación, la permisividad y el relativismo, la bondad se ha convertido en un valor a la baja que desgraciadamente ha dejado de cotizar en nuestras vidas. Solemos identificar la bondad con la estupidez o la fragilidad mental en el mejor de los casos, y con una cierta forma de maldad encubierta, en el peor. Cuando se acerca a nosotros una persona buena, nos resulta ajena y extraordinaria su actitud y aptitud, antojándosenos extraña y anacrónica. Para colmo, si se trata de un desconocido, impelidos y compelidos por el miedo, el recelo y la desconfianza, pensamos que algo viene buscando; que algo esconde tras su cándida aureola; que todo no es más que un ardid para ganarse nuestra confianza con algún oculto fin que nos dañará finalmente. Es decir, la bondad bajo sospecha dentro de una atmósfera social recalentada y repleta de taimados tunantes, zascandiles rateros, arteros truhanes y famélicos lobos con piel de corderos. Fue Antonio Machado quien intentó asignar a la bondad su justa media, la gradación correcta, en aquel famoso verso de: “soy en el buen sentido de la palabra, bueno”.
En cierta forma, el vocablo ha sido prostituido hasta tal punto que se ha banalizado y ampliado su campo semántico, y en nuestros días ha terminado por dejar muy atrás su primigenia etimología. Ha degenerado tanto el concepto, que en la actualidad muchos inmorales intentan abarcar e incluir en beneficio propio, interesasdas y novedosas acepciones de la palabra, que incluirían y legitimarían a un heterogéneo grupo de humanoides varios integrado por todo tipo de pusilánimes, advenedizos, adláteres, correveidiles,acólitos, tunantes, pícaros, hipócritas y demás fauna urbana cómplice y consentidora de esta resurgida Gomorra.
La maldad representa el camino fácil porque permanece exenta de las dificultades que representa y conlleva el ser bueno, y camina a nuestro lado disfrazada de bondad usurpando día a día el terreno de su antítesis. La maldad supone la vía rápida para conseguir nuestros deseos, y ante la ausencia o debilidad de los imprescindibles y necesarios valores universales que la refrenan y mitigan, encuentra el caldo de cultivo ideal donde desarrollarse. Es por ello tan necesario, y ya va siendo hora y tiempo, de que nos pongamos el mono de trabajo y entre todos apostemos por la instauración de una nueva moral en nuestras vidas, o de retomar y asumir la ya existente, que malherida, prostituida y mil veces mancillada, se nos escapa de entre las manos .
Debemos ser buenos, por mucho que nos pese a nosotros mismos y a los que nos rodean. Piensen en ello, que yo también me lo pensaré antes de dar nuevamente mis tres euros últimos euros a alguien que sea más hipócrita y menos bueno que yo.