Miguel, era un hombre sano, optimista y en permanente buen humor; conocedor como nadie de las virtudes y defectos de sus vecinos. Había sido elegido alcalde de un pequeño municipio de la Serranía en las municipales del 79, las primeras que se celebraron en democracia, lo que le obligó a gobernar un pueblo dividido, donde buena parte de los vecinos eran familiares del último alcalde franquista y por ello poco dados a las incipientes formas democráticas.
Una tarde se presentó en la farmacia y me pidió que formara parte de un tribunal para cubrir una plaza de auxiliar administrativo en el ayuntamiento. Al ser de fuera y hacer poco tiempo que vivía en el pueblo, mi imparcialidad parecía poco discutible. El otro miembro del tribunal sería un maestro que se encontraba en similares circunstancias personales. Entre los dos confeccionamos un sencillo examen de cultura general y ortografía y unas pruebas de máquina de escribir. Para cubrir la codiciada plaza se presentaron más de quince candidatos.
Corregimos los ejercicios puntuando primero los de cultura general y ortografía y después las pruebas de mecanografía. Quedaron dos candidatos muy igualados. Al final, nos decidimos por una chica que realizó el examen sin una sola falta de ortografía, a pesar de no ser la más rápida escribiendo a máquina. Juan, el otro finalista, reclamó porque poseía un Diploma de Mecanografía y Taquigrafía con el que acreditaba no sé cuántas pulsaciones por minuto, ideal para trabajar en oficinas. Infructuosamente intentamos explicarle que habíamos valorado las tres pruebas en conjunto.
Después de él, reclamaron su madre (comprensible) y hasta el cartero del pueblo, por aquello de que ambos pertenecían al mismo grupo familiar, cercanos políticamente al último alcalde franquista de la localidad. Como el tema empezaba a tomar visos de persecución política (-y en un pueblo pequeño las heridas por un asunto así pueden durar años-), se lo comenté a Miguel, el Alcalde, quien llamó al candidato y zanjó el problema en un instante: “Mira, Juan. No te empeñes, porque no se trata de darle a las teclas, sino de saber a qué tecla hay que darle”.
Hoy, cuando escucho los anuncios de “Esto lo arreglamos entre todos”, -la campaña publicitaria en la que se nos pide que seamos optimistas para combatir la crisis económica-, me acuerdo de aquella frase y me pregunto quién sabe a ciencia cierta a qué tecla de la economía hay que darle para que esto se arregle. Los andaluces somos, por excelencia, gente optimista y de buen humor, y según eso no habría razón para que un millón de desempleados, -uno de cada cuatro parados en España-, sea andaluz. Me temo que va a hacer falta algo más que “optimismo” para salir de una crisis así.
Ronda es en España y en Andalucía el paradigma de la crisis. Gobiernos como el de Zapatero o el andaluz están repletos de incompetentes que no supieron adoptar a tiempo medidas para combatirla, o que después de treinta años ininterrumpidos de gobierno autonómico no fueron capaces de fomentar en Andalucía una estructura industrial competitiva. Por el contrario, con subsidios como el “paro agrario” han desincentivando el autoempleo y la iniciativa empresarial, por tal de mantener un voto cautivo, imprescindible para que el partido socialista permanezca en el poder.
Y unos gobiernos municipales, la mayoría de ellos también bajo mandato socialista, que en los últimos treinta años han hecho poco o nada por mejorar Ronda, una ciudad a la que siempre le tocó perder: Perdimos la Caja de Ahorros, perdimos Magisterio y Fisioterapia, perdimos todos los trenes que pasaron por nuestra puerta y, por perder, hemos perdido hasta nuestra juventud, que sale a estudiar fuera de Ronda y ya no vuelve; y con ello hemos perdido el futuro. Condenada a ser una ciudad asilo, por dónde pasean a diario miles de turistas que suben con el picnic en la mano y al llegar la tarde regresan a un hotel de la costa, donde al terminar sus vacaciones pagarán la cuenta y crearán riqueza.
Causa asombro que la gente vuelva a apostar por candidatos que prometieron hasta tres veces una carretera, -incluso una autopista de peaje-, con la cercana Costa del Sol. Candidatos que luego en el gobierno se rodean de amigotes del partido a los que bendicen con un cargo de confianza y que, por lo general, no saben hacer la “O” con un canuto. Esos son los que acrecientan las crisis y causan la ruina de una ciudad: Los que venden humo, los que prometen Fábricas del Mueble que nunca se construyen, los que suprimen una pujante Feria de Mayo con la excusa de combatir sin éxito un paro que ya supera de largo los cuatro mil desempleados, los que hacen la competencia a los propios comerciantes de la localidad con Ferias de la Gamba que organizan empresas de fuera, a las que dan toda clase de facilidades.
Con gente así no hacen falta crisis mundiales para estar en la ruina. Ronda lleva en crisis permanente los últimos treinta años de su historia y mientras sigan los mismos no cabe optimismo ninguno. Antes de arreglar España, nos toca arreglar Ronda; pero, por favor señores votantes, en las próximas elecciones municipales asegúrense de apostar por candidatos que sepan escribir a máquina. Sobre todo, “que sepan a qué tecla hay que darle”. Posdata: A pesar del tiempo transcurrido, la chica que aprobó aquel examen sigue trabajando como administrativo en el ayuntamiento del pueblo.