Quien quiera leer este artículo viajará conmigo hasta un ensayo de Gilles Deleuze publicado en su libro MIL MESETAS denominado “Tres novelas cortas, ¿o qué ha pasado?”.
En él, Deleuze nos hace ver que la diferencia que existe entre una novela corta y el cuento no radica en la historia que vamos a contar, sino en el hecho de que en el cuento nunca sabemos lo que va a ocurrir, mientras que en la novela corta, a pesar de que ya sabemos lo ocurrido, sin embargo nunca sabremos qué ha pasado…en definitiva, que ambos responden no a la arbitrariedad en contar las cosas, sino que su esencia radica en la estructura de cómo contarlas, con lo que los parecidos que podemos encontrar entre este ensayo y la realidad, digamos por caso la realidad política, podrían tener algún que otro punto de encuentro..
Quien haga una pregunta a través de la prensa a un equipo de gobierno se puede encontrar con una de estas dos posibles soluciones anteriores, y que ahora voy a intentar explicar, de forma que la respuesta podrá ser un cuento o una novela corta…y eso dependerá de la pregunta, su estructura y…de las partes que estén implicadas en la respuesta. La primera, la más usual es que el encargado de responderla no sea el político al que se le hace esta pregunta, sino que éste delegue la respuesta en otra persona cualificada, que entienda la mecanografía como una ciencia estadística impredecible que hace que la situación de una letra que usemos en el tablero ocupe un lugar indeterminado en el teclado la próxima vez que hayamos de usarla, con lo que la respuesta diferirá eternamente en el tiempo, aunque, al fin y al cabo, y en definitiva, no dejará de ser una respuesta…constituyéndose así en un modelo de novela corta, ya que nunca sabremos qué va a pasar con nuestra pregunta. La otra forma, la del cuento, es la que el político podría darnos personalmente, y sin delegación, y que sigue, como en otro ensayo incluido también en MIL MESETAS, un modelo parecido al baile del RITORNELO, que es una danza llevada a cabo por cierta ave que tiene un movimiento irregular e irrepetible, de estructura imprevisible y cambiante y que hace que una vez que ha dado unos cuantos pasos, ya no haya Dios que sepa la clase de pájaro que está hecho.
Los logros políticos, como los grandes logros que se han dado en cualquier otra disciplina, nunca han sido fruto de la casualidad, y así la gran metafísica del poder político en nuestro siglo ha tenido que esperar hasta la aparición de la figura del político como un nuevo hombre tricontinental de hechuras desconocidas y experto en tradiciones populares, hecho insólito en comunidades antropológicamente más atrasadas y totalmente carentes del olfato histórico imprescindible para detectar que el anciano poder político reclamado por la antigua figura decadente y carente del talento mínimo necesario, ha sido sustituido por un nuevo ejemplar en el que la política como poder constituye un nuevo baile, una nueva pieza inigualable que gira y gira vertiginósamente ante nuestras profanas vidas, y que si bien éstas no son aptas para calzar las zapatillas apropiadas y entender el nuevo ballet que ante ellas se interpreta, sí son el centro incuestionable de atentos movimientos acompasados que sólo reclaman para su cautivadora interpretación la falta de preguntas de un público profano que, en el mejor de los casos sólo podría romper el ritmo ensordecedor del solitario intérprete, que hará desaparecer ante sus atentas miradas cualquier vestigio del sopor del saber como pesadilla desarrollada en épocas pasadas y en latitudes trasnochadas.
Todo aquel que, arrastrado por una desviación de este tipo, premeditada, inconsciente y oculta, exprese el enfermizo deseo de preguntar por preguntar,- al igual que aquellos reconocidos masones que opositan ocultamente al poder-, aprenderán que sus malas artes hacia las autoridades políticas y su impulso danzarín y lenguaraz, hallarán su respuesta en el buen político, que ensayará eternamente frente al espejo arriesgadas figuras bailarinas, -a partir de escabrosas puntillas inverosímiles y apenas suspendidas en su deóntico dedo índice-, sobre el pasamanos de tanta experiencia y sabiduría adquirida. Y para no mediar palabra sobre el tema, se valdrá de un movimiento acompasado de cabeza con el que le hará ver mediante la bella imagen de la danza, que el equipo de gobierno le hará llegar en el más breve plazo, un ejemplar de la partitura impresa requerida en tediosa demanda. Pendiente de acontecimientos, de un gesto, de una respuesta, durante una vida el preguntón aprenderá la cadencia y el ritmo interno del tiempo…hasta que, de pronto, extrañamente fascinado por el recuerdo del rito del RITORNELO, empezará a darse cuenta de que en las últimas semanas se habrá convertido, de forma repentina, en un hombre anciano, aburrido y, como escribía Einstein al final de su vida a un amigo, “conocido fundamentalmente por no llevar calcetines”.