La vigente Ley del Aborto, aprobada en 1985, permite la interrupción voluntaria del embarazo cuando existe riesgo para la madre, violación o taras graves en el feto. La nueva propuesta del gobierno permitirá abortar antes de cumplir veintidós semanas de gestación y transcurrido ese plazo contemplará, además, una serie de supuestos excepcionales.
Muchas personas creen que un feto de veintiuna semanas de vida es poco menos que una masa amorfa de carne, donde apenas se reconoce su condición humana. Gran parte de la opinión pública piensa incluso que los legisladores se esfuerzan en establecer dicha barrera temporal para evitar el sufrimiento fetal durante el aborto.
Las imágenes que acompañan al artículo hablan por sí solas y demuestran lo contrario, pues desde las primeras semanas del embarazo es evidente que se trata de seres humanos en pleno desarrollo. Las fotos denuncian, asimismo, la crueldad del aborto y de las técnicas empleadas para practicarlo. Ante la crudeza de las mismas me pregunto si existe un supuesto “derecho al aborto” de las mujeres por el simple hecho de ostentar éstas la responsabilidad biológica de la maternidad.
El año pasado la prensa denunció que diversas clínicas usaban certificados firmados en blanco por psicólogos para practicar abortos a mujeres en avanzado estado de gestación por “grave riesgo para la salud emocional de la madre”.
Queda claro que abortar no consiste simplemente en “quitarse un guante”, sino en interrumpir deliberadamente la vida de un ser humano. Cando hay asociaciones que protestan contra la caza de focas o abogan por la protección del lince ibérico, resulta escalofriante pensar en la tortura de quienes se les niega el más elemental de sus derechos: la vida.