Un amigo me dijo una vez que se quería afiliar a un partido político y participar activamente en el gobierno de su ciudad, preciosa capital española que ahora no viene al caso nombrarla.
Se sentía con fuerzas para hacer algo bueno por su pueblo y tenía la seguridad de que podría obtener, si no la alcaldía, una concejalía importante. Sabía bien los tejemanejes de la política, y ante su inseguridad pidió mi opinión. Yo no pude más que recitarle los diez mandamientos del político, y apuntarle que si quería llegar a algo, tendría que esforzarse en cumplir una buena parte de ellos. Dichos mandamientos son los que siguen:
1º.- Amarás al dinero y al poder sobre todas las cosas.
2º.- Obedecerás al partido ciegamente, pues así te lo exigen sus normas internas.
3º.- No tendrás ni ideales ni escrúpulos. Si conviene, cambiarás de partido político como de chaqueta: lo que interesa es llegar al poder.
4º.- Robarás de alguna manera, o en su defecto, callarás si ves que los demás lo hacen; que lo verás.
5º.- Mentirás, la verdad no conduce a nada en política, ni nadie la entendería, ni suele convenir que la conozcan.
6º.- Harás promesas en vano. Promesas que sabrás que no cumplirás pero que son imprescindibles para alcanzar el poder.
7º.- Perdonarás siempre las ofensas de tus adversarios, pues mañana podrían ser tus aliados políticos y te permitirán seguir en el sillón.
8º.-Calumniarás al contrario o tergiversarás la verdad en tu propio beneficio, aunque ese contrario sea de tu mismo partido.
9º.- Nunca tendrás en cuenta al pueblo, excepto en periodo electoral, en el que dirás siempre lo que quiera oír a fin de conseguir su confianza, o en aquellos casos en que peligren tus privilegios de político.
10ª.- Nunca dirás “nunca jamás”, porque siempre harás lo que te convenga y nada está exceptuado.
Estos diez mandamientos se cierran en dos: amarás al poder y al dinero sobre todas las cosas, y al prójimo en tu propio beneficio. Amen.
Mi amigo entendió de inmediato lo absurdo de entrar en un partido político en el que nunca podría hacer nada de forma honrada. Duraría en él menos que un caramelo en la puerta de un colegio, pues no estaba dispuesto a cumplir los diez mandamientos. Entrar para salir al poco tiempo era un esfuerzo inútil a todas luces. Una pena, pues me consta que hubiese valido para enderezar el rumbo de su ciudad, y del país entero.
Pero esos mandamientos son universales, llevan existiendo desde el principio de la democracia, allá en Atenas, y desgraciadamente siguen y seguirán funcionando en todo el globo por los siglos de los siglos.