Es un hecho que nunca ha escapado a los estudiosos de la literatura hispana y de sus clásicos, el interés que en ellos despierta el nombre de Vicente Espinel, de quien, por cierto, y sin ir más lejos, nombres tan señeros como Cervantes y Lope alabaron con entusiasmo.
Con toda razón, el dicho de que nadie es profeta en su tierra, puede aplicarse, sin duda, a este polifacético rondeño, poeta, músico y novelista, quien a lo largo de todos los siglos transcurridos desde su muerte, en 1624, nunca ha recibido, en forma de monumento o de homenaje mayor, lo que la ciudad en la que nació le debía, y solo gotas de él.
Abundando en lo dicho, mínimas son las celebraciones, que, a su memoria, ni con monumentos de altura, ni con actos de los que dejan huella, le ha rendido Ronda a su inefable memoria, y no por falta de tiempo y de oportunidades, dados los siglos transcurridos desde su muerte.
Un recorrido por los pocos de aquellos actos que han tenido lugar a través de los años, nos muestra que no sería hasta el 25 de enero de 1856, cuando el segundo alcalde de nuestra ciudad, José Abela Pinzón, vino, a sus propios paisanos, a sacar del olvido al insigne rondeño, proponiendo, y logrando, en sesión municipal que, con motivo del empedrado de las calles Arrieros, Bola y Albertos, a estas, se le diera la única denominación de Carrera Espinel.
Algún tiempo más tarde, en 1875, en el mes de mayo, una comisión nombrada para el proyecto, retoma el recuerdo de Espinel, con la que ha sido, desde luego la celebración de mayor importancia de las que han tenido lugar en Ronda, con la propuesta por parte del Ayuntamiento de levantarle un monumento, noticia que acogía la revista local Ecos del Guadalevín, dirigida por Rafael Gutiérrez, en junio de ese año, con el mayor de los entusiasmos: “…Una obra que patentizará perpetuamente el cariño, el respeto, la admiración que profesan los rondeños a la memoria del mejor amigo de Apolo”.
El proyecto, una columna de orden jónico de cinco a seis pies de altura con el busto de Espinel, con corona de laurel, llevaría a los cuatros lados del pedestal atributos de la milicia del clero, la música y la poesía y se instalaría, como lugar de mayor afluencia, en el paseo del Socorro.
La obra correría a cargo del escultor rondeño Joaquín Rondeño, quien renunciaba a sus emolumentos cobrando solo los materiales. Como las arcas municipales estaban en “deplorable estado”, la obra se haría por suscripción popular, enviando una circular a los rondeños que pudieran permitirse contribuir. Con creces, y superando todo lo imaginado, unos meses más tarde, se dio por finalizada la suscripción, en octubre, con la cantidad de 6.345 reales, y el monumento alzado, aunque sus vicisitudes hasta nuestros días, merecería otra historia. De destacar también la participación de Juan Pérez de Guzmán, a quien se le encargaría una biografía de Espinel.
En nuestros días, en el año 2000, el T.E.S de Ronda, presidido por José María Ortega de la Cruz, celebraría otro homenaje al dicho Espinel, con motivo del 450 aniversario de su nacimiento. Se trató de abrirlo al exterior, con la presencia de algunos renombrados críticos estudiosos del rondeño, y una comisión de honor, de la que era presidente el entonces príncipe de Asturias don Felipe de Borbón, y de la que era vicepresidente 1º el ministro de cultura, y 2º D. Manuel Olivencia Ruiz, un esfuerzo grande, que, entiendo, no dio los frutos esperados, los que merecían la implicación de todos los componentes de la comisión organizadora. Al menos, la edición de un libro guarda recuerdo de lo realizado y de sus protagonistas.
Y en la espera estamos, mañana mismo, 4 de febrero, de otro homenaje, con motivo del IV centenario de su fallecimiento, del que, por no celebrado aún, no podremos hablar. Sí, citar la energía y desprendimiento puestos en la marcha de aquél, por nuestros amigos Isidro García Sigüenza y Faustino Peralta, como cronista de Ronda.
Y un deseo: que algún día, el gran Vicente Espinel, como rondeño universal, tenga en Ronda el monumento que su obra y figura están pidiendo a gritos.