Hace un par de fines de semana, presenciamos un hecho insólito. Se canonizaron a dos Papas, que además son dos Papas contemporáneos, en presencia de otros dos Pontífices. Son cosas que quedan para la estadística y para las curiosidades, lo que se sale de los registros son los motivos de estas canonizaciones y el análisis de la personalidad de cada uno de los cuatro protagonistas que se dieron cita en Roma.
Comenzando por el Papa Juan XXIII, el “Papa bueno”, el hombre del Concilio Vaticano II y que tan buen hacer tuvo durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, en ayuda de los más necesitados. La norma marca que para ser canonizado, un hombre tiene que haber realizado dos milagros contrastables, uno de ellos pudo ser en vida y otro posterior a la beatificación a la que da lugar el primer milagro. El papa Roncalli a día de hoy, no tiene segundo milagro verificado, pero la impronta dejada en el Concilio Vaticano II, le vale un billete a la santificación. Un Papa con un pontificado de sólo cuatro años de duración hecho santo. Algo haría bien.
Juan Pablo II es un hombre al que todos los adultos de hoy conocemos bien. Es el Papa de nuestros padres, el del “Totus tuus”, un hombre al que todos queríamos como a un abuelo lejano y que se recorrió medio mundo en su afán por evangelizar a las naciones y llevar el mensaje cristiano por todo el mundo. Algunos ahora le achacan que no vio venir los altercados desagradables en los que se ha visto envuelta la Iglesia en los últimos años, como el de Marcial Maciel, pero la devoción a este Papa es innegable y los milagros que se le atribuyen dan para llenar varios buzones.
El Papa Ratzinger quizás sí que haya sido un Papa de esos que se denominan “de transición”. Benedicto XVI llegó al Vaticano demasiado mayor, con un largo bagaje a sus espaldas y quizás con demasiadas presiones. Esto le superó como humano, y abdicó en favor de Francisco.
El primer paso para hacer las cosas bien es tener claro lo que uno quiere, y es obvio que la determinación en cada una de las actuaciones del Papa Francisco es fastuosa. Del mismo modo que adolecen de opulencia alguna sus modos de vida, característica muy bien vista por la sociedad, algo que llama la atención y que hace que se ponga el punto de mira sobre un hombre que da un mensaje mucho más cercano a las personas. Dicen que los caminos del señor son inescrutables, pero quizás los senderos son estrechos. El Papa Francisco, simplificando el mensaje, haciéndolo entendible y comprensible a todo el mundo y con transparencia y humildad, ensancha esos senderos, comunica a unos con otros y hace que el camino sea mucho más fácil y esperanzador. Son muchas las ilusiones depositadas en su labor y por el momento no está defraudando. Un hombre sencillo que transmite cosas sencillas pero a la vez claras y contundentes tanto para cristianos como para no creyentes. El Papa Francisco, el primer Papa del nuevo mundo, para un mundo nuevo, ¿será también algún día santo?