Parecía difícil que la cutre versión rondeña de «Mocito Feliz» pudiera alcanzar mayores cotas de ridículo que las que ha ido exhibiendo estos meses tras anunciar su candidatura a las elecciones municipales, pero una vez más se está superado a sí mismo. A medida que se aproxima la fecha de las elecciones nos regala imágenes que pasan la frontera de lo cómico para adentrase en el esperpéntico mundo de lo grotesco.
Y es que Paco Cañestro tiene un gran problema. Como le ha cortado la cabeza a todo ser viviente que en algún momento se haya atrevido a llevarle la contraria, no encuentra ahora nadie que sea capaz de decirle cuándo hace el ridículo.
Cañestro piensa que nadie sabe que es él mismo quien escribe las crónicas de “Somos Ronda” en las que se auto proclama como “vendaval imparable”, esas mismas publicaciones del Facebook de su partido en las que escribe de sí mismo en tercera persona mientras se regala halagos. De su propia boca conocemos lo mucho que todos le queremos: ahí queda eso.
Por raro que parezca, no hay nadie que le diga a nuestro mocito rondeño que las situaciones impostadas terminan resultando ridículas, como tampoco tiene a nadie que le dé un consejo tan sencillo como “a ver Paco: salir disfrazado de fraile mamarracho no te va a dar votos. Con esas cosas sólo estás consiguiendo que se rían de ti”.
Y no. No se puede pretender ilustrar “una reunión con los empresarios y autónomos rondeños en al Casino” con una foto junto al escudero Pedro y dos señores que pasaban por allí, porque resulta solo provoca risas.
Lo menos que se le pide a un candidato es equilibrio emocional. Ese equilibrio lo necesita ahora, para no seguir pasándose de frenada en su campaña con eslóganes del tipo “Pacoalcalde” o “Ronda aquí me tienes”, que en su cabeza seguro parecerían geniales cuando los pensó, pero que al resto nos resultan absolutamente ridículos. Pero sobre todo necesitará esa mesura después de las elecciones, cuando se confirme el batacazo que las encuestas propias y ajenas predicen. Nuevamente a nuestro Mocito le ha perdido la precipitación y las ansias; hace tiempo que todos a su alrededor se dieron cuenta que decidió presentarse como candidato en el peor momento posible, es decir, cuando su partido cae en picado, mientras la popularidad personal de su rival nunca ha estado en mejor situación.
Todos recordamos que tras los catastróficos resultados del PSOE en las pasadas elecciones -en las que hizo de director de campaña de Isabel Aguilera-, no dudó en culpar a Valdenebro y su equipo de la debacle sufrida, como si hubieran sido éstos quienes concurrieron a los comicios. Ahora, los cadáveres políticos que ha ido dejando a su paso en su propio partido se frotan las manos a la espera de su fracaso. El resto de los mortales aguardamos con impaciencia saber a quién culpará de su derrota electoral la noche del 28 de mayo.