El otro día, me tragué -con mucho gusto- toda la retransmisión que hizo Canal Plus Toros, de la corrida de toros en la que Iván Fandiño abrió la Puerta Grande de Las Ventas. Yo no soy un gran entendido, sí que soy muy aficionado, pero estimo que mis conocimientos de un mundo tan complejo como el de la tauromaquia son bastante de andar por casa.
El caso es que Manolo Molés, el narrador, y sus comentaristas, hicieron su labor y comenzaron a comentar la corrida y a usar expresiones, algunas, cuyo significado desconozco. Pero al final de hablar de casta, bravura, nobleza y ejecuciones más o menos técnicas, lo que determina el resultado de lo que sucede en una plaza es la conjunción entre la obra que se reproduce en el ruedo y la impresión que provoca en los tendidos. Como cuando vamos a un concierto, un cantante puede ser técnicamente perfecto, que luego habrá partidarios de Julio Iglesias o de Bruce Springsteen, como hay Morantistas y Tomasistas. También influye el escenario, no es lo mismo un concierto de ACDC en el Vicente Calderón que en el Liceo de Barcelona, ni tiene el mismo resultado una faena con la muleta de Talavante vista en Sevilla o en Madrid.
Nadie niega que la música es arte, ¿por qué ese debate en la tauromaquia? Un arte es algo que provoca emociones, que cambia el estado de ánimo del que lo presencia. Un torero es un artista, los toreros tienen sus épocas también, como Goya y sus pinturas negras. Pero un artista que se juega la vida en lo que hace. También un loco, como todo buen artista. Al ser un arte en directo, la respuesta de lo que hace la obtiene al instante, es un arte en el que las emociones de artista y espectador se retroalimentan y llevan a hacer cosas como lo de Fandiño el martes: tirar la muleta y entrar a matar tirandose de cabeza entre las astas del toro, a cuerpo descubierto.
Que nunca nos falten los locos, ni los toros, ni un sábado de Goyesca en Ronda, con la Maestranza llena.
