A poco que hayan pisado ustedes un bar o una cafetería desde el pasado día 2, seguro que han podido asistir, aun como meros testigos, a alguna discusión en torno a la ya celebérrima ley antitabaco puesta en marcha por el gobierno de Zapatero. Opiniones hay para todos los gustos, y el abanico es muy extenso: desde los que la aplauden hasta los que ya piensan en hacer las maletas y largarse de España -literalmente, hasta de estos últimos los hay-, aunque la posición dominante, como suele ser normal en estos casos, es una intermedia.
La mayoría coincide en que es una gran noticia para los no fumadores, pero que para el sector de la hostelería puede ser un palo importante, y más en estos tiempos que corren. Especialmente, en este último aspecto, existe el peligro de que los establecimientos que no cuenten con terraza, y más aún los que ni siquiera tienen espacio para ponerla, queden marginados por la normativa.
Sin duda, la ley se ha diseñado sin tener aspectos como este, y con unas prisas que han estado fuera de lugar, ya que no hubiera estado mal sentarse a dialogar con los representantes del sector.
Pero que la iniciativa haya partido de este gobierno socialista no sorprende, ya que desde el comienzo de su mandato siempre quiso que los españoles destacáramos como “los más” en muchos aspectos. Y esa filosofía de trabajo hizo que el país fuera de los pioneros en el mundo en varios aspectos, algo a lo que ahora se suma esta particular cruzada contra la nicotina, con una ley que es una de las más férreas que existen. Acometer reformas siempre está bien, siempre que sean para bien de los ciudadanos, pero raramente debe convertirse en una prioridad algo que no vaya encaminado a acabar con esta crisis, aunque, desde luego, si lo que querían era desviar la atención, de largo que lo han conseguido.
